Gracias. Me diste el regalo más hermoso y mágico que jamás recibí.
Nunca antes sentí en un segundo la inocencia de toda una niñez combinada con la sensual sabiduría de una vida, el sabor de los atardeceres y aliento de mil y un mares a contraviento, el chispazo de un trueno y una luz del más allá.
Todo contenido en un instante, en una gota, en una letra, en un sonido de tu voz.
Gracias porque no pensé que toda la felicidad pudiera ser entregada en tan pequeña y poderosa envoltura: un beso.
domingo, 27 de febrero de 2011
Te espero.
Jamás pensé que el cielo cortaría en negro absoluto un atardecer. Que el llanto ganaría a la risa, y que el beso sucumbiera ante el poder.
Nunca imaginé que te transformarías tanto y que te perdería ante juego. Que sin siquiera poder luchar o competir contra el enemigo perdería, porque este no estaba a la vista sino dentro de ti... carcomiéndote, devorándote.
Tus ojos se llenaron de opio, de lujo y diversión. Te vi perderte entre las paredes mientras el humo de sus cigarros invadía mi conciencia. No supe qué hacer, no reaccioné, pero brotó la coincidencia en una lluvia que te hizo reaccionar.
Sin embargo, no importó que te vieras en un estandarte, ridículo, confiado y rodeado de alagos vacíos y sonrisas absurdas. No quisiste despertar y en ese mismo momento te perdí.
No hubo más inviernos frente a al fuego, no hubo más miradas ni desvelos. Desapareciste y el cofre del recuerdo se fue hundiendo en el más profundo océano.
Me vi sólo en un cuarto oscuro, escuchando solamente el eco de nuestros recuerdos, los felices y los tristes. Todos y cada uno me hicieron llorar. Son lo único que me quedó de la parte más feliz de mi vida.
Hoy estás recluso, perdido en tu mente bajo siete candados y no sé si volveré a verte. Oigo el correr de las gotas a través de mi ventana y sólo espero que la coincidencia sea hoy más fuerte y te haga despertar realmente... que regreses a mí, intacto, sonriente, despierto.
Sólo queda el recuerdo.
Nunca imaginé que te transformarías tanto y que te perdería ante juego. Que sin siquiera poder luchar o competir contra el enemigo perdería, porque este no estaba a la vista sino dentro de ti... carcomiéndote, devorándote.
Tus ojos se llenaron de opio, de lujo y diversión. Te vi perderte entre las paredes mientras el humo de sus cigarros invadía mi conciencia. No supe qué hacer, no reaccioné, pero brotó la coincidencia en una lluvia que te hizo reaccionar.
Sin embargo, no importó que te vieras en un estandarte, ridículo, confiado y rodeado de alagos vacíos y sonrisas absurdas. No quisiste despertar y en ese mismo momento te perdí.
No hubo más inviernos frente a al fuego, no hubo más miradas ni desvelos. Desapareciste y el cofre del recuerdo se fue hundiendo en el más profundo océano.
Me vi sólo en un cuarto oscuro, escuchando solamente el eco de nuestros recuerdos, los felices y los tristes. Todos y cada uno me hicieron llorar. Son lo único que me quedó de la parte más feliz de mi vida.
Hoy estás recluso, perdido en tu mente bajo siete candados y no sé si volveré a verte. Oigo el correr de las gotas a través de mi ventana y sólo espero que la coincidencia sea hoy más fuerte y te haga despertar realmente... que regreses a mí, intacto, sonriente, despierto.
Sólo queda el recuerdo.
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