Simplemente me dedico a entender con mis sentidos las cosas: una imagen, una canción, un escrito. Me dejo llevar por el momento y entonces soy yo quien participa del sentimiento, me identifico y entregado a expresar en respuesta aquello que se me fue transmitido, siento un escalofrío que inmoviliza mis huesos y mi razón por un momento. Me alejo de la realidad y siento que caigo, que podría morir en ese momento y estaría bien. Siento ganas de llorar desconsoladamente y al mismo tiempo reír abiertamente y sin remordimientos. Entonces entiendo el mensaje... mi mensaje. La emoción recorre mi alma entera a través de mi manifestación real, a través de mis nervios, mi sangre, mis ojos, mis lágrimas. Como si el calor de mil soles, la visión de un millar de atardeceres, el frío de ambos polos y aquel sacudón de ilusión que produce e incita una mirada de amor, me atacaran y fueran percibidos por mi ser en tan sólo un segundo. Mis funciones desisten y toman un descanso dejándome solo, enfrentado ante el destino. Se cumple mi deseo y pruebo un pedazo de cielo, un poco de esa tanta belleza que rodea y posee. Un vacío me invade, pero uno extraño, uno que me llena y que me convierte en adicto de heroína de vida, de hierbas de pasión y detenimiento de un tiempo que toca vivir. Es entonces que me torno en conformista y pienso y entiendo que nada más que una irreverente ilusión, una inexplicable ensoñación, una asfixiante esperanza es lo que de la vida espero y sueño tener...Julio / agosto 2002









