
Conservo mis energías, lleno mis pulmones con un respiro de ilusión y tiemblo de alegría sin saber exactamente qué pasará. Doy un paso adelante y con un brinco decidido me lanzo al abismo, admirando anonadado que mi intuición tenía razón: siento la paz, me siento ligero... mis miedos se alejan y es que ya no caigo, me levanto entre los cielos flotando y -ajeno a lograr definir mis emociones- vuelo. (Agosto 2002)
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