miércoles, 26 de diciembre de 2007

Nieve...


El felpudo crujió ante las pisadas. Las botas estaban húmedas, aún cuando el piso del pórtico y la acera se encontraban secos. La escarcha se derretía lentamente, alimentando el rocío veraniego y renovando la esperanza del porvenir.

De pronto, sentiste una ventisca en el rostro y una luz pasajera en tu labio inferior que terminó por despertarte de tu sueño. Era de mañana, pero el sol aún no terminaba de salir. La penumbra peinaba el paisaje. Frotaste tus ojos aún desacostumbrados al juego de luz y sombra, y rápidamente tomaste tus gafas del primer cajón de la mesa de noche.

Ya en el baño, te quitaste los lentes y rociaste tu rostro con agua fría. El efecto terminaría de despertar tu subconsciente. Fue entonces que sentiste un ruido que provenía de la primera planta.

Quedaste inmóvil por un segundo, mientras tus pupilas se dilataban lentamente y tu oído afinaba su capacidad. Nada… Volviste a introductor tus manos en el chorro de agua. Esta vez, unas campanas interrumpieron tu faena.

Las suelas de tus pantuflas se fundieron con la alfombra de las escaleras mientras bajabas a inspeccionar. Unos papeles volaron de sobre la mesa del comedor. La ventana estaba abierta.

“Ya no están”, dijo una voz aguda desde tras de ti. Tu hija recogió el plato de galletas y el vaso de leche que había dejado la noche anterior junto a la ventana, ahora sólo migajas y gotas.

Fue entonces que lo notaste, sabías que conocías ese olor. Era nieve. Giraste hacia el árbol: los regalos. Hacia la chimenea: estaba encendida. Sonreíste. Y nada más...

No hay comentarios: