
El viento, rozando tus mejillas, produjo el dulce perfume del atardecer. Y colmando el todo, floreció en concierto e hizo a la noche perecer.
Un aguacero se llevo la tierra, quedando sólo color, fantasía y emoción. El amor de las semillas tiñó el cielo de celeste y de violeta, y tu dulce voz se convirtió en canción.
Madre, natural y perspicaz, eres luz y espejo de esperanza. El sol acompaña tu camino y las sombras se desviven ante ti. Gracias por la vida, las manos y mi ser.
El alma tuya encarnada en esta piel.
Te quiero.
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