domingo, 4 de mayo de 2008

TAMBIEN sabe ... )))


“Y es así como debe hacerse...”, pululaba una famosa arquitecta en un programa sobre remodelaciones caseras. Diana se encontraba lavando los platos y cubiertos que había utilizado. Habano -un labrador marrón oscuro- la esperaba frente al televisor, con la mirada perdida en el aparato.

Cerró la llave del agua caliente y puso el último vaso sobre el escurridor. Se habían acumulado varios trastes los últimos días. No había tenido ánimos de lavar nada, pero cuando empezaron a escasear los tenedores se dio cuenta que ya era hora de hacerlo.

Regresó a la sala y apagó el televisor. “Hora de dormir, Habano”. El can la miró desconcertado, como despertando de un trance y la siguió a la habitación moviendo la cola. Pronto, Diana estaba lista para acostarse, cepillaba su cabello frente al espejo del baño, mientras Habano se acomodaba en la alfombra, junto a la cama de su ama.

Presionó el interruptor blanco dejando en oscuridad total el cuarto de baño y cerró su puerta. Se acercó a la cama, dejó el cepillo en su mesa de noche y se metió entre las sábanas. La luna llena brillaba sobre los árboles, mientras que la niebla limeña se abría paso por los alrededores. Diana empezó a perderse en lo profundo de su mente, a olvidar el ahora y simplemente alejarse de todo. La respiración bajó su ritmo al mínimo. Habano, acompañaba el estado letárgico.

01:37am. Un ruido seco regresó a la realidad el subconciente de Diana, que con los ojos entrecerrados, buscó cerca de la cama a Habano, pensando que éste sería el causante. El perro lamió su mano y ella regresó al sueño.

01:52am. El silencio se quebraba nuevamente. El ruido se repetía en el baño y Habano volvía a calmar los ánimos de su ama lamiendo presuroso su mano nerviosa.

02:03am. El sonido de varios vasos reventando contra el piso del baño levantaron a Diana. Los ojos abiertos. Dudando un segundo sobre qué hacer, buscó valor en Habano que nuevamente lamió su mano. Listo. Sabía que no estaba sola.

Se aproximó hacia a la puerta. El silencio reinaba. “Es como sacarse una curita: rápido y sin dolor”, se dijo a sí misma. Tomó la perilla y la giró, la puerta crujió suavemente a medida que se fue abriendo. La oscuridad la cubría.

Sintió un olor extraño y penetrante. Extendió su mano hacia el interruptor de luz y la encendió, sólo para encontrarse con una escena desgarradora: Habano yacía en el piso, entre vidrios... completamente descuartizado. En el espejo, un mensaje con sangre: “EL DIABLO TAMBIÉN SABE LAMER”.

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